
Sus padres, José Fenollosa y María Rosa Alcaina sencillos agricultores, ambos pertencientes a la Tercera Orden de San Franciso.
La familia estaba formada por los padres y diez hijos y vivían todos bajo la doctrina cristiana. En este ambiente religioso transcurrió la infancia y juventud de Francisca Javier, mientras iba a la escuela del pueblo, donde realizó estudios primarios.
Muy devota de la Madre de Dios, Francisca formaba parte de la Asociación de Hijas de María.
En medio de los trabajos del día, no olvidaba la lectura espiritual, especialmente el Evangelio y el rezo del rosario. Dice un testimonio: “con estos antecedentes, no es de extrañar que naciese de modo natural en ella la vocación religiosa”.
Cuando expuso la idea de ingresar en religión, su madre se opuso, porque María era su brazo derecho en la casa. El director espiritual de su hija le indicó la obligación que tenía de no impedirle la entrada en religión.
Ingresó al postulado el 15 de noviembre de 1921, vistió el hábito el 11 de mayo de 1922, y en 1924 de esta misma fecha, emitió sus votos temporales. La profesión perpetua el 30 de agosto de 1928.
Antes de iniciar sus servicios se preparó para el apostolado y perfeccionó sus conocimientos musicales.
Daba clases de música a las niñas internas.
Fue ayudante de la maestra de novicias del repleto noviciado de aquel entonces.
La Hermana Francisca Javier es descrita como una religiosa muy bien parecida, afable, alegre y piadosa.
Destacan su prudencia, ecuanimidad, sencillez, humildad.
Era respetuosa con todos y gran emprendedora.
Cumplía sus deberes con alegría y eficacia, al fin de los cuales gozaba recogiéndose en el silencio y acudiendo a la Eucaristía,
de la cual era devota.
Las visitas que realizaba a su familia las aprovechaba para reunir jóvenes y rezar con ellas el rosario, además de hablarles de la importancia de la oración.
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